Las especies de flor, que estallan en mil colores en estos meses de primavera y verano, pueden florecer semana tras semana si se les dedican algunos sencillos cuidados.
Ya sean herbáceas, arbustos o trepadoras, estos trucos funcionan y ¡tienen premio!
Osteospermum, rosas de la China o hibiscos, tagetes, geranios, gitanillas, petunias, gazanias y toda clase de margaritas… pueden ofrecer una floración más duradera gracias a algunos sencillos y fáciles trucos.
Lo primero que hay que tener en cuenta son las necesidades básicas de las plantas.
Luz. Cada especie tiene sus exigencias de luz. Si una que precisa mucho sol no recibe el suficiente, crecerá larguirucha y con abundantes hojas, pero dará una floración pobre. Mientras que las que prefieren poco sol podrían quemarse si están demasiado expuestas.
Abono. Si desarrollan mucho follaje y pocas flores el problema puede estar en los nutrientes del suelo. Sin embargo, aunque el sustrato del jardín sea rico, las plantas en flor necesitan alimento extra, ya que consumen mucho más que las verdes.
Existen abonos específicos para plantas de flor, rico en fósforo y potasio, con el que se consiguen colores más vivos e intensos.
En primavera y verano hay que abonarlas cada dos o tres semanas, ya que además, al aumentar el riego, los nutrientes se pierden con más facilidad, sobre todo si las plantas se cultivan en maceta.
Los abonos ricos en nitrógeno no favorecen a las plantas de flor porque actúan sobre todo en el desarrollo de las hojas.
Riego. Las especies en flor demandan grandes dosis de agua, sobre todo en verano. Pero al regarlas hay que tener cuidado de no mojar las flores, especialmente si son muy densas (geranios, dalias, rosas), ya que las gotas que se quedan en los pétalos, en contacto con el sol podrían provocarles quemaduras, o el agua al acumularse fermentar con el calor.
Lo adecuado es regar al atardecer o por la mañana temprano, y dirigir el chorro de la manguera o la regadera al suelo y no a la planta.
El riego por goteo es el mejor sistema para regar un macizo de flores. Además, colocar un acolchado de corteza de pino en la base de los ejemplares contribuirá a conservar húmeda la tierra.
OBTENER FLORES MÁS GRANDES
¡Fuera los brotes laterales! Algunas floraciones son más espectaculares si solo se produce una única flor en cada tallo. Es el caso de las variedades de dalias y crisantemos más grandes, por ejemplo.
Para ello, basta con eliminar todos los vástagos laterales en cuanto aparezcan, dejando únicamente el central, de modo que la planta concentre toda su energía en ese brote (es el procedimiento opuesto al pinzado).
Aunque el número de flores será reducido, serán mucho más grandes y hermosas. Esta técnica se conoce con el nombre de desyemado.
TUTORES PARA LAS FLORES MÁS ALTAS
Del mismo modo, estas plantas con grandes flores y tallos altos y delgados, así como las peonías, azucenas y girasoles, muchas veces necesitarán soportes para evitar que el viento o el propio peso de la flor puedan quebrarlas.
Conviene colocar los tutores en cuanto la planta empiece a crecer, junto al tallo, y atarlo con cuerda de jardín, goma o rafia, sin apretar demasiado.
DIVIDIR LAS VIVACES
En las especies vivaces —begonias, violetas, clivias, crisantemos, margaritas, etcétera— se pueden obtener nuevas plantas mediante la división.
Cada dos a cuatro años, cuando el ejemplar deja de florecer se la extrae del terreno con cepellón y se divide la mata en varias partes usando un cuchillo bien afilado.
Las partes más viejas, que suelen ser las centrales, se desechan; las demás se plantan enseguida en el jardín.
De esta manera, al rejuvenecer la mata, volverá a florecer en la siguiente temporada como si se tratara de una planta nueva.
¡OJO CON LAS PLAGAS!
Aunque las hojas suelen ser las principales víctimas de las plagas, también las flores sufren las consecuencias: caída de pétalos, deformación de las corolas, escasez, manchas…
Los pulgones, los escarabajos devoradores de flores, la polilla que ataca a geranios y gitanillas, los trips, los ácaros, y hongos como la roya, el míldiu o la botrytis, pueden acabar con la floración si no se tratan a tiempo.
Lo mejor es prevenirlos manteniendo unos hábitos de cultivo sanos: eliminar las malas hierbas y las flores marchitas, regar sin mojar las corolas, y usar insecticidas y fungicidas de forma preventiva (sistémicos) o ante los primeros síntomas (de contacto).